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Corría el año 2007, ya hacía poco más de un año y medio que me había introducido por accidente en el tenebroso mundo de la búsqueda de fantasmas, de los cuales, por cierto, había visto solo a uno a simple vista en una de nuestras exploraciones, el cual parecía otra cosa, menos un fantasma.
En ese entonces, como ahora, vivía en el segundo piso de una casa, el departamento es pequeño, de dos habitaciones más la sala, una cocina – comedor y un baño, su distribución es la siguiente la sala abarca el espacio de dos habitaciones, de ahí parten, por un lado, una puerta que da a una habitación, que es la de mi hija, y de ésta, tras otra puerta, está la habitación de mi esposa y mía y de ahí el baño y otra puerta al patio, ahora bien, por el otro lado de la sala hay otro vano sin puerta, frente a la ventana grande, que da paso a la cocina – comedor.
El caso es que, en uno de esos calurosos días de verano, a poco más de la una de la tarde, me encontraba yo cocinando, como todos los fines de semana, los alimentos que consumiríamos ese día.
Tan absorto me encontraba cocinando, que apenas me di cuenta cuando me invadió una sensación muy extraña de que “algo” o “alguien” me estaba observando muy fijamente, dicha sensación se fue acrecentando, hasta tal punto, que de improviso volteé hacia el vano de la puerta que da a la sala.
Ahí estaba, una extraña cara observándome fijamente, en cuanto se dio cuenta que lo estaba mirando, rápidamente se escondió tras la pared sobre el sofá individual, en ese momento no me pareció nada extraño, simplemente le dije en voz alta y un poco enfadado por la broma: “¿qué quieres”, cuando, en respuesta a mi pregunta, escuché la voz de mi esposa que desde nuestra habitación me preguntó a su vez: “¿qué?”
Me quedé helado, como clavado en el mismo sitio junto a la estufa, al salir de mi estupor, que duró apenas un segundo, fui rápidamente hasta donde se encontraba mi esposa, a la cual encontré sentada cepillando el cabello de nuestra hija, que entonces contaba con apenas cuatro años de edad.
Le pregunté medio azorado, ¿por qué estabas espiándome en la cocina?, su respuesta, que ya esperaba con la falsa esperanza de estar equivocado, fue: “no me he movido de aquí”, “¿estás segura?”, “completamente”.
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